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Tartamudeo en sueños

Nos estrenamos en esta primera publicación con algo muy especial. No hay nada que nos guste más que ver los testimonios que nos dejan nuestros adultos, demostrando que la intervención en esta población es efectiva y que mejora su calidad de vida. Aquí os dejamos algo maravilloso y bonito con lo que, seguramente si tartamudeas, te sentirás identificado. Si eres logopeda podrás leérselo a tus pacientes con tartamudez o simplemente te ayudará a comprender un poco más que hay dentro de una persona que tartamudea.

«Tartamudeo en sueños. No recuerdo cuándo empezó pero, teniendo en cuenta los vasos comunicantes y las corrientes entre los mundos del sueño y la vigilia, pudo ser hace mucho, cuarenta o cuarenta cinco años por lo menos. Tartamudeo también cuando no estoy soñando. Desde cierto punto de vista, puede parecer razonable que lo haga también soñando. Al fin y al cabo, mi yo onírico se parece bastante a mi yo despierto. Sin embargo, desde otro punto de vista, podría pensar que ya tengo bastante con tartamudear las horas de sol para hacerlo también las horas de luna. 

Tartamudear en sueños me molesta cuando estoy despierto, no soy consciente de que me haya molestado nunca durante el sueño. Nunca me he despertado cubierto en sudor, dando un respingo, horrorizado porque una “o” se me había quedado atascada en la garganta o una fricativa labiodental se estaba alargando más de lo conveniente. No son ejemplos elegidos al azar. El saludo más habitual, hola, empieza por vocal. Es complicado cuando lo habitual se convierte en un laberinto de espinas deficil de pronunciar. Mi nombre, Federico, empieza por fricativa labiodental. Estoy aprendiendo mucho desde que voy a la logopeda. Muchas de las cosas que me pasan, le pasan también a otras personas que tartamudean. Decir nuestro nombre suele ser un momento complicado, empiece por el sonido que empiece. Para mí es complicada la /f/ pero para Daniel será complicada la /d/ y para Sara la /s/. Es difícil tener seguridad en la propia identidad cuando se tartamudea. Decir tu nombre es algo así como dar la primera clave de tu identidad y, claro, tartamudeamos al decirlo. En más de una ocasión, y en más de cien, hubiera escapado de la vigilia cubierto en sudor, durmiéndome de golpe y porrazo para escaparme a un sueño cualquiera, horrorizado porque una fricativa labiodental se estaba alargando más de lo conveniente. 

En sueños tartamudeo con la misma normalidad con la que puedo subir los escalones de siete en siete o con la misma tranquilidad con la que un paisaje se cambia por otro y donde había edificios y asfalto aparecen árboles cóncavos y nubes convexas. Es algo sin la mayor importancia. Sucede y ya está.

Estoy aprendiendo técnicas distintas con mi logopeda. Algunas me cuestan más que otras, algunas me divierten y otras tienen mucho de reto. Me gusta aspirar las vocales, no le acabo de coger el tranquillo al pull out. Pero lo más importante que estoy aprendiendo es que puedo hablar (o escribir, como es el caso) sobre mi tartamudez. Hablar de ella sirve para quitarle importancia, algo así como podarle las espinas al laberinto del que hablaba antes. Sigue habiendo laberinto pero lo puedo recorrer sin lastimarme.

Voy poco a poco, temeroso, como si caminara sobre un lago helado y pudiera caerme al agua bajo cero en cualquier momento. Pero, tal y como me avisó mi logopeda, según avanzo, según hablo más de cómo hablo, el hielo se hace más sólido y mi paso más firme. Mi madre, con esa sabiduría de madre que está en las antípodas de la de los cuñaos, me ha dicho todas y cada una de las veces que me ha visto asustado porque tenía que hablar en público, que empezara explicando que tartamudeo y pidiendo un poco de paciencia. Y yo, claro, todas y cada una de las veces no le he hecho caso. Porque mi fantasía era que no iba a tartamudear o que, si tartamudeaba, lo iba a conseguir disimular y que al final nadie se iba a dar cuenta. Ese hielo era frágil, traicionero y, desde cualquier punto de vista, absurdo: el peor momento para disimular que se tartamudea es cuando se habla. 

Todavía no me he puesto delante de una audiencia a explicar que tartamudeo. No entra en mis planes ni sé si lo haré en algún momento. Pero, poco a poco, voy aireando este secreto mío que no es más que un secreto a voces. Y cada vez que lo hago, cada vez que hablo (o escribo) de mi tartamudez es como si esa levedad, ese no ser importante de la tartamudez soñada se fuera haciendo realidad, como si parte de mis sueños se colaran en la vigilia para hacerla más ligera y llevadera».

Federico Montalbán López

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